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Hay un himno muy antiguo escrito por John Newton alrededor de 1772 llamado “Amazing Grace” – ‘Sublime Gracia’ en español. Es un himno muy famoso en cuya letra se logra captar la miseria del pecado y el gozo que trae la salvación, reflejando la experiencia del autor al encontrarse con esa gracia maravillosa. Más adelante te contaré un poco la historia detrás de este himno, pero primero, me gustaría llevarte a la historia Bíblica que lo inspiró.
En el capítulo 9 del libro de Juan encontramos la historia de un hombre que era ciego de nacimiento y se dedicaba a mendigar. Jesús pasa al lado de él y los discípulos le preguntan, “¿Quién pecó, él o sus padres?”(v.2); Con solo los primeros tres versículos del capítulo 9 podríamos escribir libros y libros de estudio que enmarquen la pregunta que los discípulos hacen, porque actualmente hay muchos cristianos que creen que nuestras <<desgracias>> son resultado de nuestro pecado o el pecado generacional que llevamos arrastrando.
Pero Jesús responde esta pregunta dejando claro Su propósito y Su soberanía: “Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:3 RVR1960). La obra de Jesús habría de ser manifestada sin importar cómo haya nacido porque existimos para la Gloria de Dios.
Jesús declara que le era necesario hacer las obras de aquel que lo envió, porque Él es el que proporciona luz al mundo (v.4-5), así que se arrodilla para formar un poco de lodo y untárselo al ciego, después lo envía a lavarse en el estanque de Siloé; El hombre se lava y regresa viendo (v.6-7). Lo curioso es que la Biblia no nos dice que fue lo que hizo el hombre después de este milagro, pero si nos deja saber que los vecinos y la gente que había visto al hombre ciego anteriormente se preguntaban si era él, porque ese hombre se parecía al ciego que mendigaba (v.8-9). Como es obvio de suponer, lo primero que preguntó la gente fue “¿Cómo fueron abiertos tus ojos?”, y el hombre respondió: “Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está él? Él dijo: No sé” (Juan 9:11-12 RVR1960).
A partir de ese momento, la historia pasa de ser “el relato de un milagro” a “investigación e interrogatorio”. Llevan al hombre ante los fariseos y estos le preguntan de nuevo como había recobrado la vista, el hombre explica todo y los fariseos concluyen que ese hombre, Jesús, el que había ejecutado un milagro, no procede de parte de Dios porque es un pecador que no guarda el día de reposo (el milagro se había ejecutado en día de reposo) (v. 13-16). Vuelven y le preguntan al hombre que había sido ciego: “¿Qué opinas del hombre que te sanó? El hombre dijo, – que es un profeta-“(v.17).
Pero los fariseos empezaron a dudar de si en verdad el hombre había sido ciego alguna vez, mandaron traer a sus padres para interrogarlos. Ellos confirmaron que él era su hijo y que ciertamente había nacido ciego, pero cuando les preguntaron – ¿cómo es que su hijo ahora ve? – ellos se limitaron a responder por temor a represalias, –“Él ya tiene edad para responder por si mismo, pregúntenle a él”- (v.18-22). Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego y le dijeron que diera gloria a Dios, negando así que Jesús fue el que ejecutó el milagro, puesto que ellos consideraban a Jesús un pecador. Entonces, de la manera más sobria y sin ningún espacio para la duda, el hombre responde: “Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:25 RVR1960)
El hombre que había sido ciego no sabía muy bien quién era Jesús, lo dice varias veces durante su conversación con los fariseos, sin embargo, nunca dudó de que Jesús y las obras que realizaba procedían de Dios, no de un hombre pecador. De hecho, el mismo hombre les dice a los fariseos “¿Cómo un hombre pecador puede hacer esas señales?” (v.16). Dando así una excelente apología a Jesús y su obra.
Jesús había cambiado la condición física de forma radical y permanente de este hombre; ya no era más el ciego que mendigaba, era el hombre que podía ver y tener un nuevo estilo de vida. El Milagro que recibió de Jesús cambió su vida para siempre, pero aún faltaba algo.
Verás, cuando Jesús tiene planes para tu vida los tiene de forma completa. Él quiere manifestar su gloria en todos los aspectos, es decir, Jesús no solo es capaz de darte sanidad física y mostrarte Su poder dándote el milagro que tanto anhelas. Jesús quiere manifestar Su gloria siendo la luz de tu entendimiento, la redención y la gracia para tu alma.
Eso es precisamente lo que hizo con el hombre que ahora podía ver físicamente; Era necesario que también obtuviera la vista espiritual.
“Cuando Jesús supo lo que había pasado, encontró al hombre y le preguntó:
– ¿Crees en el Hijo del Hombre?
– ¿Quién es, Señor? – contestó el hombre-. Quiero creer en él.
-Ya lo has visto—le dijo Jesús -, ¡y está hablando contigo!
– ¡Si, Señor, creo! – dijo el hombre. Y adoró a Jesús.
Entonces Jesús le dijo:
-Yo entré en este mundo para hacer juicio, para dar vista a los ciegos y para demostrarles a los que creen que ven, que, en realidad, son ciegos.” (Juan 9:35-39 NTV).
Antes que nada, hay una palabra muy importante en el versículo 35 que subrayé anteriormente: <<Encontró>>. La versión Reina-Valera 1960 usa la palabra “hallándole”. Ambas palabras implican una acción, de hecho, la primera definición que aparece en el diccionario de la palabra “hallar”, dice: dar con algo o alguien de forma voluntaria porque se le buscaba.
Ahora leamos de nuevo el versículo completo: “Cuando Jesús supo lo que había pasado, encontró al hombre y le preguntó:- ¿Crees en el Hijo del Hombre?”
Esta historia del capítulo 9 de Juan no se trata de la sanidad física, se trata de la salvación. Jesús busca a este hombre porque quiere darle lo más importante: la salvación de su alma. Cuando se entera de que al hombre lo habían expulsado del templo, va a su encuentro, no porque necesite otro milagro físico, sino porque debe completar la obra de salvación. Observa que es Jesús el que va al encuentro. No somos nosotros los que encontramos a Jesús, es Él el que nos encuentra a nosotros. Él nos busca voluntariamente, como lo hizo con Zaqueo, que seguía de lejos al maestro pero fue Jesús quien lo busca para ir a su casa. Lo mismo le sucede a Pablo, mientras se dedicaba a perseguir a los cristianos para matarlos, es Jesucristo quien lo intersecta en el camino. Y ¿Qué me dices de Pedro? Es Jesús quien va a buscarlo a la orilla del mar donde este se encontraba pescando.
Lo más maravilloso que pudo sucederle a este hombre de nuestra historia es ver a Jesús más allá de lo físico. Es tener un encuentro con su gracia y tener la oportunidad de postrarse a adorarlo. La razón principal por la que hay tanta insatisfacción en nuestra vida es porque hemos tratado de satisfacer las necesidades de nuestra alma con placeres físicos; hemos considerado que si tenemos todo lo material, también tendremos la paz y la felicidad que tanto anhelamos. Pero Jesús nos está diciendo “he venido a dar vista a los ciegos, para demostrarles a los que creen que ven, que en realidad son ciegos”. Con esto pone de manifiesto que nuestra ceguera no se limita a nuestro estado físico.
John Newton, el autor de “Sublime Gracia” se dedicó desde muy joven a trabajar en embarcaciones que comerciaban con esclavos en donde sobresalió por la forma en que maltrataba y abusaba de las víctimas. Tenía una reputación de blasfemo y de llevar una vida disoluta. Mientras vivía en África, fue esclavo durante 15 meses bajo el control de un amo cruel y abusivo, época en la que se describe a si mismo como <<un cautivo y esclavo de mí mismo, deprimido al grado más bajo de la miseria humana>>.
Newton fue rescatado de su estado de esclavitud gracias a los contactos que su padre tenía; más adelante, mientras Newton viajaba a Irlanda, una tormenta violenta trajo un momento de pánico que lo obligó a clamar a Dios por misericordia. Años más tarde, él narraba esta experiencia de la siguiente forma: << Debo ser sincero en señalar que al darme cuenta que había sobrevivido a una vida de tantos peligros me sobrecogió una sensación de misericordia inmerecida>>. Sin embargo, no dejaba de trabajar en los barcos traficando esclavos. Fue hasta que unos problemas de salud lo obligaron a dejar de navegar y asumir una posición en una oficina de impuestos en Liverpool. Nueve años más tarde sería ordenado como ministro, profesión a la que se dedicó hasta los 82 años y luchó arduamente a favor de la abolición de la esclavitud.
Al tener la oportunidad de estar de los dos lados de la esclavitud, primero como traficante de humanos y después experimentando la más miserable vida de esclavo por sí mismo, lo llevó a reconocer que, en realidad, él era esclavo del pecado. Esa experiencia no solo le hizo entender cuán perdido estaba, sino que le enseñó a valorar la gracia que había recibido de parte de Dios.
McArthur, 2011.
¡La Salvación es lo más valioso que poseemos!
Nosotros, al igual que Newton y que el hombre en el libro de Juan, también estábamos ciegos; éramos esclavos del pecado, estábamos perdidos, sin propósito, sin identidad, hasta que llegó Jesús. Jesús se convirtió en la luz que alumbra nuestro entendimiento, que da claridad a nuestra mente. Jesús se convirtió en el sanador de nuestra alma, aquella alma que gritaba de dolor por el abandono, la soledad o las fuertes heridas del pasado. Jesús se convirtió en la segunda oportunidad para aquel que parecía no tener remedio, que cometía adulterio, fornicación, idolatría, envidias y homicidios. Jesús nos permitió ver al Padre y nos envió al Espíritu Santo. Jesús nos enseño la verdad que trae verdadera libertad.
Cuando entiendes cuan maravilloso ha sido el amor de Dios por ti, cuan grande ha sido su misericordia y cuan perfectos son Sus planes para manifestar Su gloria en tu vida, entonces las palabras de aquel hombre adquieren un sentido más profundo: “yo solo sé que, habiendo yo sido ciego, ¡ahora veo!”
Referencias Bibliográficas.
McArthur, J. (2011). Esclavo. Nashville TN: Grupo Nelson.