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Un par de semanas atrás, fui a un salón de belleza a recortarme el cabello y, al lado mío ,se sentó una señora que durante una hora no paró de hablar acerca de todas las cosas trágicas que le habían acontecido durante este año. Primero, muere su hijo, dos meses después muere el esposo, más adelante fue diagnosticada con cáncer y empieza un proceso largo de radioterapias.
Además, la pandemia la tuvo aislada lo que le produjo depresión. Cada una de sus pequeñas historias terminaban con la frase “estoy desesperada porque se acabe este año y empiece el 2021”, después ella suspiraba.
Ella, al igual que muchos, piensa que a partir del 1ro de Enero del siguiente año todo será diferente. Está lista y esperanzada en iniciar una nueva etapa más dichosa y plena – con una nueva actitud y un buen corte de cabello, por supuesto- solo porque el calendario va a marcar un nuevo año
Mientras escuchaba, trataba de ser empática, porque ciertamente está pasando por momentos difíciles y, hasta cierto punto, comprendo la necesidad de cerrar ciclos personales utilizando los eventos que ofrece el almanaque. Pero ¿será posible agendar nuestra felicidad en un calendario?
Todos los hemos hecho: pensamos, secreta o abiertamente, en el cambio que traerá el nuevo ciclo anual. Reflexionamos sobre las posibilidades, los beneficios, los nuevos retos y experiencias que nos esperan; planeamos viajes, estudios, fiestas y el anhelado regreso a la “normalidad”. Creemos y confiamos en el avance de la ciencia, la administración del nuevo gobierno y la adquisición de empleos mejor remunerados. Algunos declaran: “lo mejor está por venir”; otros valientes, dirán: “Sorpréndeme 2021”. Todos aprovechamos y recibimos con esperanza el cambio de año, como si este tuviera la capacidad de transformar nuestra condición de vida.
El libro de Rut contiene solo 4 capítulos llenos de tantas y variadas enseñanzas acerca de la soberanía, el propósito de Dios, la redención, el trabajo, el amor incondicional, etc. Es una narración Bíblica ubicada en la era de los jueces que cuenta, principalmente, la relación entre Noemí (Israelita) y Rut (Moabita), Suegra y nuera respectivamente.
Si lees el primer capítulo, podrás ver que ocurre una serie de desgracias en lo que parece un periodo de tiempo muy corto: Noemí, su esposo y sus dos hijos tienen que salir de su tierra porque no había que comer, así que se mudan a tierra de los Moabitas. Estando allá, muere su esposo, después sus hijos, dejando a Noemí únicamente con sus dos nueras, una de ellas es Rut. Rut no había tenido hijos aún, lo que deja a las tres mujeres viudas y sin descendencia. Noemí, sin nada que la ate al lugar en el que vive, toma la decisión de volver a Belén -su ciudad natal- porque escuchó que Jehová había visitado al pueblo para darles pan.
En el camino a Belén, Noemí pide a sus nueras que regresen a casa de su padre, y las bendice, diciendo: “Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo. Os conceda Jehová que halléis descanso, cada una en la casa de su marido” (Rut 1:8,9 RVR1960). Noemí quería que sus nueras encontraran descanso. En ese momento, Noemí entendía que el descanso y la protección la encontrarían únicamente si se casaban de nuevo. Ella quería que sus nueras tuvieran descendencia y que, por medio de un nuevo esposo e hijos, obtuvieran un nombre y una heredad.
La ley establecía que, si un hombre moría y dejaba esposa, el hermano o el pariente más cercano debía casarse con la viuda, de tal manera que, al tener hijos, los hijos tendrían el apellido del difunto para preservar el nombre y la heredad familiar. Ese pariente cercano se convertía en un Redentor. Noemí no tenía hijos y estaba tan ofuscada por el sufrimiento de los acontecimientos presentes, que no recordaba tener parientes que podían redimir a las jóvenes Moabitas.
Nosotros solemos cometer el mismo error, llegamos a pensar que el descanso y felicidad dependen de osas, personas, fechas y oportunidades. Cuando no logramos sentirnos felices con eso, empezamos a depender de nosotros mismos, de nuestras capacidades, optimismo o autosuficiencia. Pero siempre, sin importar cual sea la ruta que tomemos, llegaremos de nuevo a la insatisfacción o a la más profunda frustración.
Es importante recordar que Noemí no era la única que estaba enfrentando una pérdida, sus nueras también estaban sufriendo; las tres habían quedado viudas y sin hijos. Orfa, la otra nuera moabita, decide regresar, pero Rut decide quedarse con ella: “Y Noemí le dijo: He aquí tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses; vuélvete tú tras ella. Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a donde quiera que tú fueres, iré yo, y donde quiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada que solo la muerte hará separación de nosotras dos.” (Rut 1:15-17 RVR1960).
Nos sorprende más la forma en que Rut decide mostrarle fidelidad a Noemí, que la maravillosa forma en la que esta decide creer y confiar en Dios. Rut decide quedarse con Noemí a pesar del futuro incierto que le espera: «Iré contigo a donde quiera que vayas» (V.16). Decide dejar atrás su pasado, su cultura y sus dioses para refugiarse bajo el abrigo del Dios Altísimo. A partir de ese momento, Él sería su Dios, aun si eso significaba renunciar a la posibilidad de volver a casarse y tener hijos.
¿Qué pasó en su vida para que Rut tomara esa decisión? ¿Cómo sabía que podía confiar en el Dios de Israel? ¿Cómo escuchó de él?
Esta es una historia de rompecabezas en la que cada pieza no se entiende por separado, sino que, hasta que se enlaza a otra pieza es que cobra sentido. Dios había diseñado un plan perfecto para Rut y estaba ensamblando las piezas una por una: Primero, hace que Noemí y su familia salgan de su tierra para ir a morar a donde Rut estaba. Segundo, Rut conoce al hijo de Noemí y se casa con él. Fue entonces, en medio de la cotidianidad y la rutina, que Rut aprendió a conocer al Dios de Israel. Rut escuchó hablar de Dios en las conversaciones casuales mientras comían, adquirió información por la observación de las tradiciones y el testimonio de su nueva familia.
En algún momento, ella tuvo que preguntarse si el Dios de su nueva familia era real; hasta que todas las experiencias que obtuvo en casa de sus suegros ahora estaban siendo procesadas, a tal punto, que sus ojos espirituales fueron abiertos y reconoce que Jehová es un Dios digno de su total confianza.
Si conoces la historia, sabes que Booz -quien aparece a partir del capítulo 2- sería el redentor de Rut. Él era el pariente que le haría justicia, perseveraría su nombre y su heredad. Booz encuentra a Rut trabajando en su campo, recogiendo espigas. Pide a sus criados un informe sobre ella y, luego, se le acerca para decirle: “He sabido todo lo que has hecho con tu suegra después de la muerte de tu marido, y que dejando a tu padre y a tu madre y a la tierra donde naciste, has venido a un pueblo que no conociste antes. Jehová recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rut 2:11-12 RVR1960).
Podríamos pasar el resto de nuestras vidas lamentándonos por todas las cosas desagradables que hemos vivido y, en los casos más pesimistas, dejarse llevar por las desgracias y amargarnos la vida. También, podríamos desperdiciar nuestro tiempo y energía pensando que la única esperanza de cambio es por porque lo determina una fecha específica en el calendario. En realidad, nuestra única opción es hacer lo que hizo Rut: debemos refugiarnos bajo las alas del Dios altísimo.
El Salmista lo sabía muy bien cuando escribe: «En la sombra de Sus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos» (Sal. 57:1). «Bajo la cubierta de Sus alas estaré seguro» (Sal.61:4).» En la sombra de Sus alas me regocijaré» (Sal. 63:7) «debajo de Sus alas estaré seguro» (Sal. 91:4).
Rut no espera a un redentor humano que le haga justicia. Ella no sale a buscar un esposo que le dé heredad o descanso; ella confía en que el Dios altísimo es su Redentor. Y es que no hay esposo, hijos ni posesiones que puedan sustituir la redención de Dios. Jesús es el único que puede rescatar nuestras vidas de la esclavitud, pues ya ha pagado el precio en la cruz.
Entonces, ¿es posible agendar nuestra felicidad en un calendario?, la respuesta es sencilla:No es posible. Mientras tus expectativas estén depositadas en el cambio mágico del tiempo, seguirás sintiéndote decepcionado. Cada vez que enfrentes una dificultad te parecerá injusta e imposible de sobrellevar. Estarás frustrado cuando tu situación no mejore y volverás a empezar el ciclo cuando se llegue de nuevo el siguiente primero de Enero. Por más optimista que pueda ser acerca de mi futuro y la forma en la que exprese mis cierres de ciclo -con cortes de cabello o resoluciones de año nuevo- nada cambiará si Dios no es mi Dios y mi prioridad.
Quien tiene a Dios en el centro de su vida enfrentará cada situación con confianza. Así lo hizo Rut: aun en medio de la incertidumbre, confió en que Él es soberano y tiene el control. «Delante de Él están todos mis deseos, y mi suspiro no le es oculto» (Sal. 38:9).
Por lo tanto, toma un tiempo para pensar que el cambio y el bienestar no llegarán el siguiente año a menos que decidas habitar al abrigo del Dios Altísimo. Él es nuestra esperanza y es la única forma de encontrar el verdadero descanso.
Salmos 36:7
¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.