Cambio progresivo.

Voiced by Amazon Polly

Uno de los errores más comunes que cometemos cuando llegamos a Cristo es creer que nuestras vidas cambiarán de un día para otro; es decir, que todos nuestros viejos hábitos, costumbres, pecados y la naturaleza caída desaparecerán de inmediato, y que al día siguiente nos sentiremos dignos seguidores de Jesús.

Esperamos alcanzar la perfección y la madurez espiritual como si se tratara de un acto instantáneo. Pero no solo tenemos esa expectativa sobre nosotros mismos, también la proyectamos en los demás. Esperamos que nuestros familiares y amigos, al aceptar a Jesús como Salvador, actúen conforme a nuestras expectativas, y si las cosas no suceden “en nuestro tiempo”, juzgamos con dureza su desarrollo como cristianos.

Debemos entender que tomar la decisión de seguir a Cristo es solo el inicio de un proceso de transformación que tomará tiempo. Nos ponemos en manos del Alfarero, y solo Él decide cómo y cuándo moldearnos. La idea de alcanzar la madurez espiritual de forma inmediata es totalmente equivocada, ya que se trata de un proceso continuo que implica pruebas y circunstancias que probablemente enfrentaremos por el resto de nuestras vidas.

Cuando estudiamos la vida de Jesús en la tierra, notamos que Él invirtió mucho tiempo en formar el carácter de sus discípulos. Caminó literalmente tres años junto a ellos, día y noche, enseñándoles con el ejemplo cómo debían comportarse, hablar, actuar y, sobre todo, creer. Fue todo un proceso.

El proceso de Pedro.

Pedro tiene su propia historia de crecimiento. Se llamaba Simón y era pescador. No tenemos muchos detalles de su vida anterior, no sabemos si era feliz, si estaba cumpliendo sus metas, si era honesto o responsable; no conocemos sus gustos o preferencias. Solo sabemos dos cosas: era pescador y estaba casado, pues su suegra es mencionada en uno de los milagros que Jesús realizó.

Pedro fue uno de los primeros discípulos llamados por Jesús. Mientras él hacía su trabajo, quizás en un día como cualquier otro, Jesús aparece en escena. Solo bastó que se acercara y le dijera: “Ven en pos de mí”.

Mateo 4:18-22
“Y andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”.

Lucas añade un detalle que revela el propósito específico que Jesús tenía para Pedro desde el momento en que lo llamó:

Juan 1:42
“Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)”.

Así comenzó el caminar de Pedro con Jesús, con un nuevo nombre cargado de significado eterno. Pero seguía siendo un hombre con imperfecciones y un carácter que necesitaba ser moldeado.

Pedro caminó con su Maestro, recibió autoridad (como el resto de los discípulos) para echar fuera espíritus inmundos y sanar enfermedades y dolencias (Mateo 10:1). Fue enviado a predicar el evangelio y fue instruido directamente por el Mesías. Sin embargo, a lo largo de su historia, vemos un cambio progresivo, no instantáneo, en su madurez espiritual, hasta cumplir el propósito para el cual Dios lo había llamado.

En Mateo 14:22-32, cuando Jesús camina sobre el mar, Pedro —siendo aún impulsivo— lo reta: “Si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas” (v.28). Pero al caminar sobre las aguas, comienza a hundirse. En un momento está lleno de fe, y al siguiente, dominado por el miedo.

En Mateo 16:13-20 se encuentra el pasaje titulado “La confesión de Pedro”. Jesús les pregunta a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Y Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Entonces le respondió Jesús: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos”.

Qué momento tan glorioso acababa de vivir Pedro, y qué gran privilegio y responsabilidad fue recibir su llamado y propósito de esa manera. Seguramente se sentía en una nube. Sin embargo, tan solo unos versículos después, en Mateo 16:21-23, Jesús le anuncia su muerte, y Pedro —posiblemente aún emocionado por la declaración anterior— lo reprende. La respuesta de Jesús fue contundente: “¡Apártate de mí, Satanás!… no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.

Seis días después, Jesús lleva a Pedro, Jacobo y Juan a un monte alto, donde presencia la transfiguración (Mateo 17). Pedro estaba en proceso, genuinamente interesado en aprender. Muchas enseñanzas que hoy conocemos fueron el resultado de sus preguntas, por ejemplo: ¿cuántas veces debemos perdonar? y ¿qué recibirán los que han dejado todo por seguir a Jesús?

Pedro estaba tan comprometido que cuando Jesús predice su negación (Mateo 26:30-35), Pedro dice: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”. Incluso en Juan 18:10, cuando arrestan a Jesús, Pedro saca la espada y corta la oreja de un siervo. Pero nuevamente Jesús desaprueba su reacción.

La realidad humana es así: cuando todo va bien, estamos convencidos y firmes en la fe. Pero cuando todo se complica, dudamos. En Mateo 26:69-75 ocurre la negación. Jesús había advertido a Pedro, y Pedro insistió en que nunca lo haría, pero lo hizo. En Lucas 22:61, tras negar a Jesús por tercera vez, Jesús lo mira… y Pedro recuerda sus palabras. Pedro lloró amargamente.

La caída fue tan fuerte que Pedro pensó que todo había terminado. Se descalificó a sí mismo, posiblemente pensó que ese era el fin de su historia. Entonces, volvió a pescar. Pensó que ya no era digno del llamado. Y al pensar que no era apto, regresó a su vida antigua.

Pero en Juan 21, Jesús lo busca de nuevo. Pedro, al reconocerlo en la orilla, se lanza al mar para ir a su encuentro. Me conmueve que Jesús no lo confronta con reproches. Jesús va directo a atacar el carácter impulsivo que Pedro tenía haciendo la misma pregunta 3 veces: “¿Me amas?”. Es en la tercera vez que Pedro se entristece y reconoce: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Juan 21:17).

El cambio es progresivo.

El cambio es progresivo. La madurez lleva tiempo. La vida cristiana se construye sobre el ensayo y error. Lo que hoy sabes, lo aprendiste por experiencia, y todavía tienes mucho por aprender. No seas duro con quienes siguen a Jesús con caídas continuas, porque todos —no importa cuántos años llevemos caminando con Él— seguimos siendo moldeados. Todos hemos necesitado que Jesús venga y reafirme su amor por nosotros más de una vez.

Seguir a Jesús no es una carrera de velocidad, sino un caminar constante de transformación. La historia de Pedro nos recuerda que Dios no se rinde con nosotros, incluso cuando fallamos, dudamos o retrocedemos. Nuestra historia con Él está marcada por segundas oportunidades, por miradas que restauran y por llamados que se repiten con ternura: “Sígueme».

«Mi vida entera ha permanecido abierta a su mirada desde el principio. Él previó todas mis caídas, mis pecados, mis reincidencias; pero, así y todo, puso su corazón en mí» A.W. Pink