Uno de los errores más comunes que cometemos cuando llegamos a Cristo es el creer que nuestras vidas van a cambiar de un día para otro; es decir, que todos nuestros viejos hábitos, las costumbres, los pecados y la vieja naturaleza se irán de nosotros de forma inmediata de tal manera que nos sintamos dignos seguidores de Jesús al día siguiente.

Esperamos la perfección y la madurez espiritual como si se tratara de un acto instantáneo. Pero no sólo tenemos esa idea sobre nosotros mismos, sino que esperamos la misma respuesta con todos los que nos rodean. Tenemos expectativas muy específicas de cómo nuestros familiares y amigos deben comportarse cuando aceptan a Jesús como Salvador, y si las cosas no suceden en “mi tiempo”, juzgamos duramente su desarrollo como cristianos.

Debemos tener en cuenta que tomar la decisión de seguir a Cristo es sólo el inicio de un proceso de transformación que tomará tiempo. Nos ponemos en manos del alfarero y sólo Él decide cómo y cuándo moldearnos. La idea de ser maduro espiritualmente de un día para otro es totalmente equivocada porque alcanzarla requiere tiempo e involucra un proceso continuo de pruebas y circunstancias que tendremos que enfrentar posiblemente por el resto de nuestras vidas.

Cuando estudiamos la vida que Jesús tuvo en la tierra, nos damos cuenta que Él invirtió mucho tiempo en formar el carácter de sus discípulos. Anduvo, literalmente, 3 años caminando junto a ellos, día y noche, enseñándoles con el ejemplo la forma en que debían comportarse, hablar, hacer y sobre todo, creer. Fue todo un proceso.

Pedro tiene su propia historia de crecimiento. Se llamaba Simón y su profesión era ser Pescador. No tenemos muchos detalles de su vida, no sabemos si era feliz o infeliz, si estaba cumpliendo sus metas, si era honesto y responsable, no conocemos sus gustos y preferencias, no sabemos detalles de su vida previa. Sólo conocemos dos cosas: era pescador y estaba casado, puesto que su suegra tiene una aparición importante dentro de los milagros que Jesús hizo y que son mencionados en la Biblia.

Pedro fue uno de los primeros discípulos elegidos por Jesús. Mientras él hacía su trabajo, quizás era un día como cualquier otro, Jesús aparece en escena y sólo bastó que se acercara y le dijera “Ven en pos de mi”.

MATEO 4:18-22 “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaba la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”.

Lucas nos da un detalle que nos deja ver cómo Jesús tenía un propósito específico para Pedro desde el momento que lo llama.

LUCAS 2:42 “y le trajo a Jesús, y mirándole Jesús dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás: tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro) de la palabra Piedra en Griego.”

Así es como empieza el caminar de Pedro junto a Jesús con un cambio de nombre que ahora tendría un significado eterno. Pero aún era un hombre lleno de imperfecciones y un carácter que necesitaba ser moldeado a semejanza divina. 

Pedro inicia a caminar con su maestro, obtuvo la autoridad (como el resto de los discípulos) sobre los espíritus inmundos, para echarlos fuera y para sanar cualquier enfermedad y dolencia (MATEO 10:1). Fue enviado para predicar el evangelio y era instruido directamente por el Mesías. Sin embargo, a lo largo de su historia, vemos un cambio progresivo, no instantáneo, en su madurez espiritual, hasta llegar a cumplir el propósito para el cual Dios lo había llamado.

En MATEO 14:22-32 se narra cuando Jesús anda sobre el mar y Pedro, quién aún era motivado por su carácter impulsivo, trata de retar a Jesús diciendo “si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas” (v. 28), pero ya estando en el asunto, empezó a hundirse. En un momento está lleno de valor y le dice “Señor yo creo en que tú puedes hacer lo imposible” pero al siguiente minuto, está temiendo por su vida a causa de la desobediencia.

En MATEO 16:13-20 está el pasaje que se titula “la confesión de Pedro”; Jesús le pregunta a sus discípulos “y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Y Pedro responde, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

Que momento tan glorioso acaba de vivir Pedro y que gran privilegio y responsabilidad recibir tu llamado y propósito de esa forma. Seguramente se sentía en una nube. Pero, incluso en ese momento de satisfacción y dirección espiritual, vemos a Pedro caer en picada tan sólo unos versículos después, cuando fue reprendido por Jesús. En MATEO 16:21-23, Jesús está anunciando su muerte diciéndoles que era necesario morir y resucitar al tercer día, y Pareciese como si Pedro aún estuviera con la adrenalina de la buena respuesta que dió anteriormente porque abre de nuevo la boca como si tratara de impresionar al maestro, diciéndole: “Señor , ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca”. ( v. 22 y 23). Pero esta vez la respuesta de Jesús fue diferente, porque le dijo: “no pones la mirada en las cosas de Dios, sino en la mira de los hombres”.

La Biblia dice que 6 días después de que sucediera esto, Jesús toma a Pedro, Jacobo y Juan y los lleva al monte alto donde ellos atestiguan la transfiguración de Jesús. (MATEO 17). Pedro era un hombre en proceso que tenía interés genuino de aprender, porque muchas de las enseñanzas que conocemos se dieron gracias a las preguntas de Pedro, por ejemplo, ¿Cuántas veces debemos perdonar?, o ¿Qué obtendremos los que hemos dejado todo por Jesús para seguirlo?. Pedro estaba comprometido con Jesús a tal punto que cuando Jesús le dice que va a ser negado por él en Mateo 26:30-35, Pedro le dice “aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” y de nuevo le dice “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”. En ese momento estaba seguro de quién era Jesús para él y de lo que estaba dispuesto a hacer por él si fuera necesario. Incluso, en JUAN 18:10 vemos a Pedro tratando de defender a Jesús cuando le corta la oreja derecha al siervo del sumo sacerdote que estaba aprendiendo a Jesús. Otra acción que resultó en desaprobación por parte de Jesús.

Los humanos tendemos a ser así; cuando todo va bien, creemos en Jesús firmemente y estamos convencidos de que nada ni nadie nos harán desistir; Pero cuando las cosas se complican, empezamos a dudar y a olvidar todo lo que él hizo por nosotros porque ponemos nuestra mirada y nuestra fe en lo que no debemos. En MATEO 26: 69-75 se encuentra la caída más grande de Pedro; la negación. Ya Jesús le había dicho a Pedro que iba a negarlo, y Pedro dijo “no te negaré”, sin embargo, lo hizo.

En LUCAS 22:61 nos dice que cuando Pedro niega a Jesús la tercera vez, Jesús miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor que le había dicho, <<antes de que el gallo cante, me negarás tres veces>>. La caída emocional fue tan fuerte que Pedro se desacreditó a sí mismo; es decir, él probablemente pensó que ese era el fin de su historia; Había fallado tan fuerte que pensó que no estaba capacitado para ejercer su ministerio, para cumplir el propósito de Dios, para seguir creyendo que las promesas de Dios seguían activas en su vida. Y cómo pensó que no era apto, regresó a su vida antigua. 

En JUAN 21 encontramos de nuevo a Pedro y a algunos discípulos pescando cuando al amanecer aparece Jesús en la orilla y, al reconocerlo, Pedro  se echó al mar para ir al encuentro de su Señor.

El caminar con Cristo está lleno de altas y bajas; habrá ocasiones que nos sentiremos motivados, llenos de fe, de esperanza, confiando plenamente en sus promesas y sus propósitos. Pero también habrá momentos en los que fallaremos y sentiremos que no deberíamos seguir porque hemos fracasado como cristianos, y entonces, nos auto castigamos volviendo a la vida pasada. Dejamos de orar, de leer la Biblia, de congregarnos y servir en nuestra iglesia, porque consideramos que nuestros errores nos hacen indignos del amor de Dios.

Pensamos que nunca vamos a cambiar. Y nos preguntamos ¿porqué no hago las cosas diferentes si ya Dios me ha dado un llamado?. ¿Porque sigo luchando con estos pensamientos si el Espíritu Santo me ha sellado?. ¿Porque sigo abriendo la boca para decir cosas que no debo?. Consideramos entonces, que nunca seremos capaces de ser llamados santos. A pesar de los encuentros y maravillosos momentos que hemos experimentado con Dios, seguimos luchando con un vaivén de emociones, de actitudes y de acciones, tan humanas y ordinarias, pero que pensamos no deberíamos tener más.

Mi parte favorita en la historia de Pedro es cuando Jesús va y lo busca de nuevo. Me encanta ver cómo Jesús no parece estar desesperado o ansioso por el comportamiento de Pedro. Él va a buscar al que ama. Y yo no veo a Jesús preguntando “Pedro, ¿porque me negaste?, ¿porque hiciste eso?, ¿que estabas pensando? ¿Acaso no aprendiste nada de lo que te dije cuando caminábamos juntos?, tenía grandes planes para ti pero no cambias, ya a estas alturas deberías tener la madurez suficiente y tomar mejores decisiones”… nada de eso sucede, en realidad Jesús solo le pregunta “¿Me amas?”.

Jesús va directo a atacar el carácter impulsivo que Pedro tenía haciendo la misma pregunta 3 veces. Pedro tenía la tendencia a contestar rápido, sin pensar claramente, y no fue hasta la tercera vez que Jesús le pregunta ¿Me amas?, que Pedro se da cuenta y crea convicción; por eso se entristece y le responde “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” ( Juan 21:17).

¿Quieres saber qué pasó con Pedro después? lee 1 de Pedro capítulo 1 y 2. Te darás cuenta que ya no era el mismo. “No vivan como antes, como cuando eran ignorantes ” , dijo. ” Aunque durante un tiempo tengan que soportar muchas dificultades que los entristezcan. Tales dificultades serán una gran prueba de su fe, y se pueden comparar con el fuego que prueba la pureza del oro, pero su fe es más valiosa que El Oro ” (1 Pedro 1:6-7)”

El cambio es progresivo. La madurez se adquiere con el tiempo; la vida cristiana marcha sobre el ensayo y el error. Lo que ahora sabes, es porque lo aprendiste por experiencia y hay toda una vida para adquirir aprendizaje. No seamos tan duros con aquellos que siguen a Jesús con caídas continuas porque todos, sin importar los años que lleves siguiéndolo, seguiremos siendo moldeados. Todos, en algún momento, hemos necesitado que Jesús vuelva y nos reafirme su amor por nosotros.

Porque, a pesar de todo lo malo que he hecho, de todos y cada uno de mis errores, de mi pasado y de mi presente, Jesús viene a donde estoy y solo pregunta: “¿me amas?”. Y con esa ternura volverá a decirme “Sígueme”, sin juzgar ni condenar.

“Mi vida entera ha permanecido abierta a su mirada desde el principio. Él previó todas mis caídas, mis pecados, mis reincidencias; pero, así y todo, puso su corazón en mí” A.W. Pink