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¿Cuántos puentes has cruzado en tu vida? Probablemente muchos.
Los puentes son estructuras que permiten atravesar un espacio que puede estar lleno de agua, construcciones o, simplemente, un abismo. Un puente permite que las personas pasen por encima de este para trasladarse de un punto a otro; hay lugares a los que, posiblemente, no se podría llegar sin la ayuda de un puente.
La efectividad de los puentes no se pone en duda, porque, en pocas palabras, te ahorran tiempo, dinero y esfuerzo.
¿De qué serviría edificar un puente si no se permite su uso?
“Y le presentaban niños para que los tocase; y los
discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y
les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los
tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de
Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las
manos sobre ellos, los bendecía”. (Marcos 10:13-16 RVR1960)
“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía”. (Marcos 10:13-16 RVR1960)
En estos versículos encontramos una historia muy conocida, utilizada principalmente para enseñarnos la importancia de permitir que los niños se acerquen a Cristo. Se nos exhorta, como el mismo Jesús lo pronunció, a “no impedirlo”. Pero, ¿qué papel juegan los discípulos de Jesús en esta historia?
Dejen que vengan a mí.
Si hacemos un poco de historia, debemos recordar que Jesús se tomó el tiempo de elegir a doce personas a quienes llamó discípulos. Sin embargo, ellos no eran los únicos que lo seguían. De hecho, en varios versículos se menciona cómo Jesús “ganaba fama”, y en muchos otros se confirma que una “multitud” lo seguía.
Podemos identificar tres grupos de seguidores:
- El primer grupo estaba motivado por un deseo genuino de aprender de Él, personas que creían que era el Mesías.
- El segundo grupo seguía a Jesús movido por la curiosidad, impresionados por sus maravillas y milagros, simples espectadores.
- El tercer grupo lo seguía con la intención de encontrar alguna falta, buscando pruebas para acusarlo de falso profeta.
Cualquiera que haya sido la razón por la cual seguían a Jesús, lo cierto es que esta multitud fue testigo ocular del carácter de Cristo: lo veían, lo escuchaban, lo identificaban… pero no necesariamente lo conocían. Porque aquel que verdaderamente conoce a Jesús, sabe que Él es misericordioso, compasivo y lleno de amor.
Si leemos de nuevo el pasaje bíblico en Marcos, nos damos cuenta de que eran los discípulos de Jesús quienes estaban reprendiendo a las personas que llevaban a los niños.
“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban”.
(Marcos 10:13, RVR 1960)
No es la primera ni la única vez que encontramos a los seguidores y discípulos de Cristo haciendo cosas semejantes.
En Mateo 15:21-28 leemos la historia de la mujer cananea clamándole a Jesús por misericordia, porque su hija estaba siendo atormentada por un demonio. Y aquí vemos, una vez más, a los discípulos cumpliendo su buena labor… de agentes de seguridad.
“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces, acercándose sus discípulos, le rogaron diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros”.
(Mateo 15:23, RVR1960)
Los discípulos de Cristo debemos ser facilitadores, no agentes de seguridad. Es decir, debemos facilitar el Evangelio de tal manera que llegue a todas las personas sin distinción. Debemos ser aquellos que construyen puentes, que crean lazos de amor y compasión, y que conducen a otros al encuentro con Cristo.
Pero, en lugar de crear un acceso fácil al Evangelio, a veces nos convertimos en verdaderos obstáculos: bloqueamos caminos, imponemos estereotipos, establecemos normas humanas, y examinamos o discriminamos comportamientos, rasgos físicos, emociones, estatus social o económico.
En Marcos 10:46-52 encontramos la historia de Bartimeo, un ciego sentado a la orilla del camino, mendigando. Al oír que Jesús pasaba junto a él, comenzó a gritar:
“¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”.
Y muchos le reprendían para que callara, pero él clamaba con más fuerza:
“¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”
(Marcos 10:47-48, RVR1960)
Ahí están los seguidores de Jesús otra vez, molestos quizás porque este hombre pobre no les dejaba oír a Jesús; quemando puentes que podrían haber facilitado el acceso a Él.
En Mateo 26:6-13, Jesús es ungido en Betania por una mujer que, trayendo un vaso de alabastro con un perfume de gran precio, lo derramó sobre su cabeza. Y en el versículo 8 leemos:
“Al ver esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio? Porque esto podía haberse vendido a gran precio y haberse dado a los pobres”
(Mateo 26:8-9, RVR1960)
Los discípulos, con su máscara de espiritualidad, consideraron un desperdicio aquel acto de adoración genuina.
Pero ahí estaba Jesús, enseñándoles una y otra vez lo que realmente significaba ser misericordioso y compasivo.
No se lo impidan.
En el primer pasaje leemos:
“Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo:
Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”
(Marcos 10:14, RVR1960)
Las palabras de Jesús en este versículo no iban dirigidas a los padres de los niños, sino a sus discípulos, ya que eran ellos quienes estaban bloqueando el acceso. Jesús se indignó con aquellos que tomaron el papel de guardaespaldas, sacando sus letreros imaginarios de “No molesten al Maestro” cada vez que lo consideraban necesario.
En la historia de la mujer cananea, que clamaba por misericordia para su hija atormentada por un demonio, encontramos una respuesta de Jesús bastante clara:
“Entonces, acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo:
Despídela, pues da voces tras nosotros.
Él, respondiendo, dijo:
No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”
(Mateo 15:24-25, RVR1960)
Mientras que, en otro pasaje, los seguidores de Jesús intentaban callar al ciego Bartimeo, quien clamaba a gritos por misericordia, vemos la reacción natural del Misericordioso:
“Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle;
y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama.
Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús.
Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga?
Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista.
Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado.
Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.”
(Marcos 10:49-52, RVR1960)
Cuando la mujer de Betania unge a Jesús con su perfume, mientras sus discípulos lo consideran un desperdicio, Jesús responde:
“Y entendiéndolo Jesús, les dijo:
¿Por qué molestáis a esta mujer?
Pues ha hecho conmigo una buena obra.”
(Mateo 26:10, RVR1960)
Los discípulos de Jesús debemos aprender lo que significa misericordia, para no convertirnos en piedra de tropiezo para nadie. Los seguidores de Cristo debemos ser ese puente que conecta el camino entre el hombre y su salvación.
“Y aconteció que, estando Él sentado a la mesa en la casa,
he aquí que muchos publicanos y pecadores que habían venido
se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos.
Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos:
¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
Al oír esto Jesús, les dijo:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
Id, pues, y aprended lo que significa:
Misericordia quiero y no sacrificio;
porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.”
(Mateo 9:10-13, RVR1960)
A Jesús no le molesta la gente imperfecta. A nosotros sí.
Nos incomoda la gente que no llena nuestros estándares: personas que gritan, que no visten «adecuadamente», que vienen cargadas de problemas y de un pasado difícil. Gente que, según nuestro «discernimiento», no es apta para acercarse a Jesús.
Sin embargo, Él no tiene requisitos ni pide que se cumplan ciertas normas o estándares. Jesús no necesita que seamos sus guardaespaldas. Tampoco necesita que actuemos como coladores de almas, determinando —según nuestro parecer y opinión— quién puede acercarse a Él y quién no.
Cuando Jesús dice: “Aprendan lo que significa: misericordia quiero, y no sacrificio”, no estaba rechazando los sacrificios de Israel; simplemente quería dejar claro qué es lo que tiene mayor importancia para Dios. La manifestación de la misericordia era (y es) mucho más valiosa para Él que el cumplimiento legalista de la ley (Porter, 1986).
La misericordia es una cualidad de compasión, especialmente expresada en el perdón del pecado humano. Las Escrituras enfatizan la paciencia de Dios hacia los pecadores. En su misericordia, Dios los cubre de lo que merecen y, en su lugar, les concede dones que no merecen (Manser & Powell, 2012).
Los seguidores de Jesús olvidamos con demasiada facilidad que nosotros tampoco merecíamos misericordia, y, aun así, la recibimos. Jesús pasó años edificando a sus discípulos, enseñándoles una y otra vez, con su ejemplo, lo que debían hacer. Formaba su carácter, los preparaba para anunciar el Evangelio, y mientras tanto, iba construyendo puentes que facilitaran el acceso a Él.
Hoy, ese llamado sigue vigente para nosotros. No fuimos llamados a ser porteros del reino, sino luz en medio de la oscuridad, puentes tendidos entre un mundo roto y un Salvador lleno de compasión. Seamos facilitadores del Evangelio. Edifiquemos puentes.
Referencias
Manser, M. H., & Powell, G. (2012). Diccionario de temas bíblicos [Software bíblico Logos].
Porter, R. (1986). Estudios bíblicos ELA: Listos para el Rey. Ediciones Las Américas A.C