|

“Estamos en un tiempo sin precedentes” es la frase más común que escucho en la radio y televisión. Ciertamente, la situación ha sido difícil. No estábamos preparados para vivir en medio de una pandemia. Sin embargo, personalmente he encontrado que esta etapa ha sido una de las más llenas de aprendizaje en mi vida.
Uno de los principales retos que he enfrentado ha sido convertirme en la maestra de mi hijo. Ha sido sumamente difícil. Hemos tenido muchos momentos de crisis, y me tomó varios días comprender que, para él, este proceso también ha sido complicado. De un día para otro, toda su rutina se salió de control: lleva días encerrado en casa y no puede ver ni hablar con nadie fuera de su familia inmediata. Para colmo, su mamá ahora tiene que ser su maestra.
Toda esta nueva rutina que estamos construyendo me ha llevado a reflexionar profundamente sobre la importancia de la educación que les damos a nuestros hijos. Y, en medio de este proceso de adaptación y aprendizaje, Dios ha traído a mi mente una y otra vez el siguiente versículo:
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”
(Proverbios 22:6, RVR 1960)
En el siguiente cuadro, encontrarás el mismo versículo pero en diferentes versiones Bíblicas. Toma el tiempo para leerlo y compararlo. Podrás notar cómo cada versión enriquece la enseñanza del Proverbio.

La importancia de la educación en la niñez.
El primer punto al que quiero llevarte es la importancia de la educación en la niñez. Lo que un niño aprende en sus primeros años de vida no solo moldea su carácter, sino que establece las bases para el resto de su vida. La niñez es una etapa formativa en la que cada experiencia, palabra, corrección y ejemplo dejan una huella profunda. Es en estos años donde se construye la manera en que el niño entenderá el mundo, a los demás y a sí mismo.
No estoy diciendo nada nuevo aquí. La psicología y la pedagogía han estudiado durante décadas la conducta y el desarrollo del ser humano, y coinciden en una misma conclusión: la etapa de la niñez es la más rica en oportunidades de desarrollo cognitivo, emocional y social. Pero lo hermoso es que Dios ya se había adelantado a la psicología. Mucho antes de cualquier teoría o descubrimiento moderno, Él ya nos había dado una instrucción clara en Proverbios 22:6: «instrúyelo cuando sea niño».
Todo lo que tu hijo aprenda en su etapa infantil lo marcará hasta su vejez. Esta es la razón por la que debemos darle mayor importancia a la educación que nuestros hijos están recibiendo. No se trata solo de que aprendan a resolver ecuaciones de matemáticas o química; se trata de enseñarles conducta moral a través de la práctica de valores, de fortalecer su inteligencia emocional y social, de construir una autoestima sana, y de enseñarles a enfrentar la vida real con disciplina y obediencia.
Pero, sobre todo, debemos crear un fundamento espiritual que les ayude a edificar el resto de sus vidas. Tal vez ahora no lo vean como algo provechoso y, seguramente, se quejen porque todo les parece difícil o injusto, pero enseñarles desde pequeños es la única forma de prepararlos verdaderamente para el futuro.
La infancia es un período de tiempo muy corto, y no debería desperdiciarse. Aprovecha esta etapa para enseñar a tus hijos a orar, a adorar a Dios, a leer y memorizar la Biblia. Este es el momento para guiarlos a servir a Dios. Ellos jamás lo olvidarán.
Me encanta escuchar a mi esposo cuando comparte cómo su mamá les enseñaba y los involucraba en el servicio dentro de la iglesia. Tiene muchas anécdotas: haciendo marionetas, pantomima, tocando algún instrumento o colaborando en el “Club Timoteo” que su mamá dirigía. En muchos otros recuerdos, simplemente están cantando un corito o leyendo la Biblia juntos en el altar familiar de su casa. Deseo que mis hijos tengan esa misma experiencia.
Tal vez no siempre pueda darles todo lo que necesitan física o emocionalmente, pero sí puedo ofrecerles lo más valioso: el conocimiento de un Dios vivo. Y eso, sin duda, es lo más importante.
Instruir.
El segundo punto al que quiero llevarte es a darle mayor peso e importancia a la palabra «instruir».
Vuelve a leer el cuadro comparativo de Proverbios 22:6 en diferentes versiones de la Biblia. Notarás que he subrayado una o varias palabras clave dentro de cada versión. Cada una de ellas resalta un matiz distinto, pero todas apuntan a la misma verdad esencial: la instrucción en la niñez tiene un impacto duradero. Te recuerdo cómo lo expresa la versión Reina-Valera 1960:
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”

Cada una de las palabras subrayadas en las diferentes versiones de Proverbios 22:6 es un verbo de acción: Instruye, enseña, dale, dirige, educa. Estas palabras nos hablan de intención, esfuerzo y participación activa. De hecho, hay dos versiones que dicen específicamente: “Educa” y “dirige a tu hijo”. Nota que no dice: “deja que la escuela eduque a tu hijo” o “lleva a tu hijo a la iglesia para que ahí lo eduquen espiritualmente”.
Somos nosotros los padres los responsables directos de la educación de nuestros hijos. No podemos delegar lo que Dios nos ha encomendado. Otros pueden apoyar, pero la responsabilidad principal es nuestra.
odos, en algún momento, hemos cometido el error de creer que otros deben educar a nuestros hijos. Por ejemplo, si en la iglesia no les enseñan nada de la Biblia y solo juegan, nos molestamos porque sentimos que no están recibiendo una educación espiritual adecuada. Pero, al mismo tiempo, no estamos dispuestos a hacer algo al respecto en casa.
He escuchado a muchos padres acudir al pastor o a los líderes pidiendo que hablen con sus hijos. La mayoría espera que otros hagan el trabajo que ellos no quieren hacer: poner límites, establecer responsabilidades, educar con intención. Pero la realidad es que yo debo involucrarme. La educación de mis hijos es mi total y absoluta responsabilidad.
Lo que tus hijos aprendan acerca de Dios en el templo debe ser un refuerzo de lo que ya están aprendiendo en casa. Y lo mismo ocurre en la escuela: no basta con obligarlos a hacer sus tareas, es necesario involucrarse en su aprendizaje, interesarse genuinamente por lo que están viviendo, prestar atención a sus emociones, respetar sus tiempos, reconocer sus cualidades y cultivar sus habilidades.
Esta etapa en la que, de forma repentina, me convertí en la maestra de mi hijo, solo me ha llevado a asumir con mayor conciencia mi responsabilidad. Y, para ser honesta, he comenzado a disfrutarla, porque he descubierto cuán valiosos son sus frutos.
Esta semana hablé con un amigo pastor acerca de un programa que ha implementado en su iglesia como respuesta a la necesidad de mantener la comunicación y la educación espiritual continua durante esta contingencia. Ambos coincidimos en algo importante: a pesar de que por años se ha enseñado que la iglesia no es el templo, sino que somos nosotros mismos, es ahora cuando realmente estamos experimentando lo que eso significa: hacer iglesia en casa.
Los padres han tenido que disciplinarse para establecer momentos de estudio bíblico, oración y adoración en sus hogares. Y eso no ha sido fácil, pero sí ha sido necesario.
Mi amigo compartió algo que me impactó:
“He estado promoviendo que haya altar familiar en los hogares todos los días. En nuestra realidad actual, ya no podemos decir que no hay tiempo, porque estamos encerrados 24 horas. Cuando todo esto termine y volvamos a nuestras rutinas, las familias ya habrán formado el hábito y tendrán clara la idea de que ellos son los líderes emocionales y espirituales de sus hijos. Quedará en evidencia quién realmente tiene como prioridad la vida espiritual de su familia… y quién no.”
Estas palabras me hicieron reflexionar profundamente. No se trata solo de adaptarnos a una situación temporal, sino de establecer una cultura espiritual sólida en nuestros hogares, que permanezca incluso cuando las circunstancias cambien.
Efesios 6:4 dice: “Padres, no hagan enojar a sus hijos, sino edúquenlos con la disciplina y la enseñanza del Señor”(PDT).
Sin duda, estamos viviendo un tiempo sin precedentes. Pero este no es un tiempo perdido, sino preparado por Dios para que volvamos nuestra mirada a lo más importante: nuestra familia, no solo en lo emocional, sino sobre todo en lo espiritual.
Aprovecha esta maravillosa oportunidad que Dios te ha dado para pasar tiempo con tus hijos y para conectar verdaderamente con ellos. Conoce sus necesidades emocionales, lo que piensan, lo que sienten, lo que sueñan. Interésate por sus gustos, sus pasatiempos, sus programas favoritos. Habla con ellos; tal vez al principio seas tú quien tenga que llevar toda la conversación, pero con el tiempo, ellos aprenderán a abrirse contigo.
Usa este tiempo para construir un vínculo familiar tan fuerte que, cuando tus hijos regresen a la escuela y retomen su rutina habitual, tengan claro que papá y mamá son su principal fuente de apoyo y guía. Más aún, que estén espiritualmente preparados para enfrentar el mundo con firmeza, fe y valores sólidos.
Y si hoy fue un día difícil, no te desanimes. Yo también estoy aprendiendo cada día a enfrentar este reto, y a menudo soy demasiado dura conmigo misma. No somos padres perfectos, ni tenemos que serlo. Lo que sí podemos hacer es comprometernos con amor y determinación a guiar a nuestros hijos por el camino correcto. Y si te lo propones, estoy segura de que Dios te dará la sabiduría, la paciencia y la gracia que necesitas para hacerlo.
Instruye. Educa. Enseña. Acompaña.
Este tiempo marcará sus vidas, así que invierte en lo que verdaderamente importa.
Porque lo que siembres hoy en sus corazones, florecerá en su mañana.