En el Post anterior, inicié hablándole acerca de los motivos ulteriores. Te recomiendo que, antes de leer este post, regreses a leer “Motivos Ulteriores”, publicado en el mes de Enero.
Un motivo ulterior es una razón Alternativa o extrínseca (externa) para hacer algo, especialmente cuando está oculto o cuando difiere de la razón establecida o aparente.
Es muy difícil encontrar a alguien con el honesto deseo de ayudar, servir o dar algo sin pedir nada a cambio. Los seres humanos solemos tener motivos ulteriores para todo, incluso para buscar y seguir a Dios. En el post anterior mencioné que he identificado algunos motivos ulteriores por los cuales buscamos a Dios, e inicié exponiendo que, buscar a Dios por sus beneficios, es uno de los más comunes.
Hoy quiero presentarte el segundo Motivo ulterior: Buscamos a Dios para adquirir Posiciones de poder.
Desde que somos niños, nos educan para adquirir posiciones sociales de poder. Nos inclinan a estudiar ciertas carreras considerando todos los beneficios que podríamos obtener cuando nos enfrentemos al campo laboral. Nos han educado para darle valor de importancia a aquellos puestos de trabajo que tienen alto nivel jerárquico. Y todos mordemos el anzuelo, aceptando esta idea como una verdad absoluta.
En la iglesia, encontramos una estructura social y jerárquica que nos resulta muy atractiva. Encontramos niveles de liderazgo establecidos y rápidamente ubicamos los puestos de trabajo más llamativos para asignarles niveles de importancia. La idea que hemos desarrollado desde niños de tener un rango de autoridad, nos conduce a buscar la forma de adquirir un puesto de liderazgo dentro de la iglesia. Pero no estamos solos; hay mucha gente que quiere lo mismo y eso significa qué hay que entrar a una guerra de poder.
Lee en Mateo 20 la petición que hizo esta familia a Jesús:
20. Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo (Santiago y Juan) con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo.
21. Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.
22. Entonces, Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos respondieron: Podemos.
23. él les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre. (Mateo 20:20-23 RVR 1960)
Permíteme darte un poco de contexto. Antes de que Santiago y Juan llegarán con su mamá, Jesús les había enseñado en 2 ocasiones “Los postreros serán los primeros”. (Mateo 19:29; Mateo 20: 16). Entonces, a pesar de que Jesús les está enseñando que los que parecen importantes ahora, en el cielo serán los menos importantes, unos versículos más tarde nos encontramos con esta singular familia pidiéndole al Señor que “Ordene” que sus hijos se sienten al lado de él en el reino de los cielos. ¿Te parece muy ambiciosa esta petición? Si la es. ¿Nos ofende? Probablemente. La idea nos parece descabellada. Pensamos en el atrevimiento y la falta de cordura que tenían estos 3 para ir a pedir semejante cosa. Lo mismo le pareció al resto de los discípulos.
“Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos” (Mt. 20:24 RVR1960)
¿Qué fue lo que molestó tanto a los discípulos? ¿Acaso sintieron enojo por tan arrogante petición? O quizás, ¿es que ellos querían pedir lo mismo, pero no se atrevían? ¿Tuvieron envidia?
Lee a continuación los siguientes versículos:
“Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, (Jesús) les pregunto: ¿Que disputaban entre ustedes en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor” (Marcos 9:33-34)
“entonces (los discípulos) entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor” (Lucas 9:46).
“hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor” (Lucas 22:24)
No somos diferentes a los primeros discípulos. Queremos posiciones. Demandamos títulos. Peleamos por puestos de control. Buscamos desesperadamente la aprobación de los hombres hasta que podemos tener la autoridad sobre ellos. Envidiamos a los que sobresalen y lo llamamos “celo Santo”. Servimos a Dios incansablemente, pero nos molestamos cuando no reconocen nuestra dedicación y trabajo públicamente. Nos enorgullece la “unción especial” y “los dones que hemos podido multiplicar”. Con la más entrenada cara de humildad, repetimos: “Dios usa lo vil y lo menospreciado para avergonzar al sabio”. Y, cuando menos nos damos cuenta, ya estamos exigiéndole a Dios que ordene que seamos sentados a su lado o el tamaño de las piedras preciosas que irán en nuestra corona cuando lleguemos al cielo.
Quítale a una persona su puesto de liderazgo, y te darás cuenta cuál era su verdadera motivación.
Jesús le dijo a sus discípulos: “los que gobiernan se comportan como amos de la gente y los grandes señores, imponen su autoridad sobre esa gente. Más entre vosotros No será así, sino que el que quiera hacerse grande entre nosotros, será vuestro servidor. Y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo” (Mateo 20:26-27 RVR1960) Una y otra vez Jesús hace el enfoque en el servicio. (Mateo 23:11; Marcos 9:35; Lucas 9:48; Lucas 22:27). Además, Enseñó con su ejemplo que no había venido a ser servido sino a servir (Mateo 20:28; Juan 13:14,15).
John Piper cuenta la siguiente historia: “conocí al profesor de un seminario que también prestaba su servicio como ujier en el palco de una gran iglesia. Una vez, cuando fue a tomar parte en una reunión, el pastor lo encomió por su disposición para servir en esta tarea sin brillo a pesar de tener un doctorado en teología. El profesor desvió y minimizó con humildad el elogio al citar el Salmo 84:10 – Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos” (1)
Hemos sido necios al creer que en la iglesia hay posiciones de prestigio; Pero hemos sido arrogantes al creer que somos dignos de adquirirlos. ¿Cuáles son tus verdaderos motivos al servir y seguir a Dios? Es muy fácil cruzar la línea entre lo correcto y lo incorrecto. Podríamos estar engañándonos a nosotros mismos pensando que nuestro verdadero objetivo es servir a Dios sin reservas, cuando en realidad estamos llenando simples apariencias. Buscar a Dios por adquirir posiciones de poder es un motivo ulterior difícil de combatir porque está involucrado nuestro orgullo. Para quitarlo, hay que luchar contra la necesidad de adquirir fama, atención, privilegios, reconocimientos, rangos y títulos.
Empieza a servir y seguir a Dios por gratitud, porque Él es bueno, porque Él es misericordioso, porque Él es santo. Porque, si algo tenemos, es solo por su gracia. No hay competencia, ni carrera de obstáculos. Nuestra motivación real debe ser el simple y honesto deseo de servir a Dios, sin tratar de adquirir grandeza o admiración del hombre.
Referencias:
(1) Piper,John. “Los peligros del deleite”. Editorial Unilit. 2003