Motivos Ulteriores III

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Quizás este será el último post que escriba acerca de este tema “Motivos Ulteriores”. Una vez más, te recomiendo que, si no has leído los dos posts anteriores, te tomes el tiempo de leerlos previamente, así podrás tener un poco de contexto. 

Hasta hoy, hemos visto cómo el hombre tiene varios motivos ulteriores para buscar y servir a Dios. Muchas son los que se han acercado a Dios por los beneficios que recibirían y basan su relación en un sistema de trueques “yo doy, para que Dios me de”.

Entonces, su servicio y sus encuentros con Dios están condicionados y, puesto que tienen la idea de que Dios está obligado a corresponderles el favor, resultan gravemente heridos cuando Dios no les concede lo que pidieron. Otros, buscan y siguen a Dios por adquirir posiciones de autoridad. Ubican rápidamente los puestos de liderazgo y hacen todo lo que está en sus manos por adquirirlas. Quítales a estos el puesto de liderazgo y te darás cuenta cuál era su verdadera motivación, porque realmente no entienden lo que es el verdadero servicio. 

Hay un último Motivo Ulterior que quiero tocar en esta ocasión: la fama

Es verdad que la fama está sumamente vinculada a la adquisición de poder. Coexiste una con la otra. En ambas, el orgullo y la insaciable sed por controlar son dominantes, sin embargo, la fama busca la popularidad, algo que a los que buscan el puesto de autoridad posiblemente no les importe mucho. En la mayoría de los casos, las personas que están tratando de escalar peldaños en una empresa, buscarán únicamente la aprobación de personas estratégicas que los ayuden a llegar a donde quieren. Por otro lado, los que buscan la fama están buscando desesperadamente la aprobación, aceptación y reconocimiento de todas las personas que lo rodean.

¿Quieres saber cuánto desea la gente adquirir fama? Entra a cualquier red social. Las personas están desesperadas por ser vistas, a tal punto que hacen cualquier tipo de cosa (incluso degradándose y avergonzándose a sí misma) para ganar “likes” y “seguidores”. Anteriormente, la fama se adquiría de diferente forma ya que te limitabas a ser popular en tu entorno inmediato, no teníamos tan fácil acceso al internet y a su exposición mundial. Esta exigente y constante actualización de información creada por el internet, hace que la gente entre en frenesí por darse a conocer y hacerse “viral”. 

Buscar a Dios por adquirir fama es más común de lo que piensas. Actualmente hay una corriente creciente que está usando el término “cristiano” como estrategia de mercadotecnia. Para muchos, Dios ha sido solo un buen pretexto, la llave maestra que abre la puerta al escalón de la fama. ¿Por qué? porque el mercado cristiano es altamente lucrativo. Los cristianos compramos discos, libros y, lamentablemente, somos muy fáciles de impresionar por el talento y las apariencias. 

Me gusta mucho la historia de Juan el Bautista, es una de esas historias cortas llena de contenido y diversas ramas de enseñanza. A grandes rasgos, esta es su historia:

  • Isaías profetizó la llegada de Juan el Bautista 700 años antes de Cristo. (Is.40:3,4)
  • Su nacimiento fue un milagro de madre estéril de edad avanzada. (Lucas 1:7)
  • Su nombre fue dado por Dios. (Lucas 1:13)
  • Desde antes de nacer, se anunció que sería un hombre grande delante de Dios. (Lucas 1:15)
  • Fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. (Lucas 1:15)
  • Desde su nacimiento, dio mucho de que hablar al pueblo: “y se llenaron de temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas. Y todos los que oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con él.” (Lucas. 1:65-66)
  • De adulto, hablaba a multitudes y estas salían para ser bautizadas por él. (Lucas 3:7)

En teoría, tenía todas las cosas, características y las condiciones de vida que cualquier “influencer millenial” desea. Pero, eso a Juan no le importaba.  

“Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno mas poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; el os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lucas 3:15-16)

Juan tuvo la oportunidad de presumir quién era: el profeta, el ungido, el que fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre, el que sería grande delante de Dios. No estaría mintiendo si lo hubiese hecho. Sin embargo, Juan entendía que no se trataba de él y de su llamado especial. Se trataba de Cristo. Y, a pesar de que las profecías y Dios mismo respaldaba su ministerio, él no tomó el crédito de absolutamente nada. No buscó prestigio, ni reputación, ni popularidad. No quiso trato especial como personaje público o celebridad. No utilizó a Cristo o su llamado para beneficio propio, para engrandecerse o para enriquecerse. 

Estoy segura de que Dios te ha llenado de dones y creativas habilidades. ¡Lo ha hecho así con todos nosotros! Eso es lo que más me gusta de la historia de Juan el Bautista, él tenía un llamado, un propósito específico y fue capacitado para llevarlo a cabo. El asunto aquí no radica en no usar y dejar de lado nuestros dones y capacidades, al contrario, debemos usarlos para contribuir con nuestra obra en el ministerio, ya que esa es la razón por la que fueron dados a nosotros, para la edificación de la iglesia (Efesios 4:12). La esencia de lo que quiero mostrarte a través de esta reflexión es que Juan estaba cumpliendo su propósito en la vida y no dudaba en absoluto usar sus dones, incluso, Juan alcanzó cierto grado de popularidad y tenía sus seguidores. Pero no había en él motivos ulteriores. 

 Cuando los seguidores de Juan querían saber que opinaba acerca de aquel Jesús que también estaba bautizando gente y todos lo seguían (Juan 3:26), Juan respondió: “Ustedes mismos son testigos de que dije: “Yo no soy el Mesías. Solamente soy el que Dios envió para prepararle el camino” (Juan 3:28 PDT)… “Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30 RVR1960)

Menguar es disminuir, reducir el grado de importancia. Es hacer lo que hizo Juan, compararte con Jesús y reconocer que no somos mas que simples siervos. Es Jesús quien debe recibir toda la atención, no yo. Hay que enterrar nuestro orgullo y nuestros sueños de sobresalir. Juan estaba predicando a Jesús para que Jesús fuera famoso.  

En 1996, cuando yo cursaba sexto grado, salió a la venta una consola de videojuego que todos los niños de la escuela querían tener. Los niños ya habían hecho su investigación y sabían todos los datos, contenido, precio y nuevos trucos para los juegos. No había otro tema de conversación en la escuela. Pero, a pesar de la emoción, muy pocos niños podían pagarla. Así que, cuando uno de los niños la adquirió (por regalo de los padres, no por méritos propios), ese niño automáticamente subió en la escala de popularidad. Y el cambio de enfoque sucedió. Ahora lo que todos deseaban era ser como aquel niño, y la consola pasó a segundo término.

Lo mismo ha sucedido con nosotros. Nuestro objetivo dejó de ser el portar la presencia de Dios y pasó a ser “que todos vean y admiren que yo tengo la presencia de Dios”. Ese deseo entrañable de popularidad nos hace envidiar y perseguir el estatus que otros han logrado; deseamos ser como aquel “adorador” que llena estadios, vende millones y es conocido en todas partes del mundo. Empezamos a desear la fama que otros tienen y sin darnos cuenta, pasamos a segundo término lo que es realmente importante, la presencia de Dios.

Olvidamos que nuestros dones y capacidades las hemos adquirido gracias a Él y deben ser únicamente para Él. Debes estar consciente de que si cantas, cantas para él. Si tocas algún instrumento, hazlo para glorificarlo a él. Si Dios te ha dado la capacidad de predicar o enseñar, hazlo para exaltarlo a él. Cualquier cosa que hagas para servir a Dios, hazlo únicamente para adorarlo a él. No dejes de hacerlo. No te detengas. Pero cuida tus motivaciones. No uses la gracia y el don que Dios te ha dado para exaltación propia. Que la meta sea hacer a Jesús famoso. 

En Colosenses 3:23 dice “Cuando hagan cualquier trabajo, háganlo de todo corazón, como si estuvieran trabajando para el Señor y no para los seres humanos. Recuerden que ustedes van a recibir la recompensa del Señor que Dios le prometió a su pueblo, pues ustedes sirven a Cristo el Señor” (PDT)

¿Cuáles son tus motivos al seguir, servir y adorar a Dios? Es mi deseo que, todo lo que hagas, sea únicamente para honrarlo a él.

 El Salmo 103:2 dice: “Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios”. Nota que dice “no olvides”. Esta declaración que hizo el salmista nos deja saber que todos los beneficios que realmente necesitamos los hemos obtenido de él: Él es el que perdona nuestras iniquidades, el que sana nuestras dolencias, el que rescata nuestras vidas, el que nos corona de favores y misericordias, el que sacia de bien nuestras bocas, el que nos hace justicia, el que se compadece de nosotros, el que conoce nuestra condición. Que nuestra alma, bendiga a Jehová (Salmos 103) 

Para terminar, me gustaría invitarte a leer una última historia en donde encontraras “motivos ulteriores”. Lee Hechos 5 y escríbeme todo lo que encuentres en la historia de Ananías y Safira. Siempre te recomiendo leer unos capítulos antes y unos después para tener contexto.