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Antes de ser madre escuché millones de veces acerca de la importancia de interceder. Entendía el concepto de forma general, es decir, sabía que interceder es hablar ante alguien en favor de otra persona para conseguir un bien. De hecho, en aquel momento tenía la capacidad de brindarte cientos de ejemplos para demostrar la forma correcta de recomendar, mediar, respaldar o abogar por una persona. Pero, en realidad, fue hasta que me convertí en madre que comprendí a cabalidad lo que realmente significaba.
Nunca había intercedido en oración a Dios con tanto empeño y urgencia como lo he hecho por mis hijos. Respecto a ellos, hay muchas cosas que me preocupan y son muchas las que están fuera de mi alcance, hay un límite muy específico en mis capacidades ya sea para brindar protección, ayuda o resguardo cuando lo necesitan. Pero considero que es precisamente esta limitación la que me ha hecho alzar la mirada a Dios con mayor frecuencia, porque he entendido que en donde inicia mi incapacidad, también inicia mi total confianza en la Soberanía y el Poder de Dios sobre mis hijos.
En el post anterior hablamos acerca de las pequeñas oraciones hechas por Jesús que quedaron registradas en la Biblia, analizando su contenido y sus propósitos. Aprendimos que Jesús oraba en voz alta para ser de testimonio, para enseñar y para glorificar a Dios. Jesús es un intercesor. Sabemos que Él es nuestro mediador ante el Padre como dice 1 Timoteo 2:5-6 “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (RVR1960). Por lo tanto, podemos concluir claramente que una de las razones principales por las que Jesús ora, es para interceder.
En el Capítulo 17 del libro de Juan encontramos una de las oraciones más hermosas de intercesión que se han hecho y han quedado registradas. Permíteme relatar brevemente lo que estaba ocurriendo unos capítulos antes para darte un poco de contexto. Primero, Jesús sabía que se acercaba el tiempo para morir y dejar a sus discípulos, por esta razón, fue imperativo preparar a los discípulos mental y emocionalmente para lo que habrían de enfrentar. Por lo tanto, desde el capítulo 13, el Evangelio de Juan nos empieza a relatar como Jesús se dedicó a afirmar Su amor y Su cuidado para con sus discípulos. Empieza lavando los pies a todos antes de la cena, en donde les enseña que servir a Dios requiere humildad, y les recuerda que deben amar a los demás de la misma forma que Él los amaba (Juan 13:34-35, 15:12)
Más adelante, Jesús promete al Espíritu Santo como señal de que no se quedarían solos (Juan 14:15-18. V. 26). Este acontecimiento es de suma importancia porque Jesús dice “Yo enviaré al consolador”. En el texto original, la palabra griega que se traduce como “consolador” se utilizaba en el lenguaje legal para referirse a un abogado defensor y más generalmente a alguien que se llamaba por ayuda. Según nos dice R. C. Sproul, Jesús era tal ayuda para los discípulos y después de su ascensión, el Espíritu Santo asumió esta labor (Sproul, 2015).
En el Capítulo 15 vemos como Jesús advierte a sus discípulos que el mundo los iba a aborrecer y serían perseguidos de la misma forma en que lo persiguieron y lo odiaron a Él. (Juan 15:18-19). Les dice abiertamente que en el mundo padecerían aflicción a causa de Su nombre por cuanto no eran de este mundo (Juan 15:18-19); Sin embargo, en Juan 16:3-4 dice: “Y (el mundo) hará estas cosas porque no han conocido ni al Padre ni a mi. Pero os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os había hablado de ellas”, en otras palabras, les está diciendo “no digan que no les advertí”.
En repetidas ocasiones les recuerda que ellos no lo escogieron a Él, sino que Él los había escogido a ellos con el propósito de que salieran y dieran fruto, para que amaran al mundo y para que permanezcan guardando los mandamientos de Dios (Juan 15:16-17). No solamente ha repetido varias veces en estos 3 capítulos que el Espíritu Santo sería enviado como el consolador, sino que también se encarga de afirmar que Él mismo rogaría al Padre por ellos (Juan 16:26). Por último, al final del capítulo 16, Jesús dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33)
Aún no leemos la oración de Jesús y ya mi Espíritu está conmovido por el gran amor que Él está demostrando a sus discípulos; no solo a aquellos discípulos con los que caminó durante su ministerio terrenal, sino a todos aquellos que nos hemos agregado a lo largo de los años.
La obra de su Espíritu Santo, el Consolador, sigue estando vigente porque las palabras pronunciadas por Jesús, siguen causando un efecto extraordinario en la vida de las personas.
Entonces, ¿por qué oraba Jesús?, Oraba por nosotros, intercediendo al Padre por los que ama y son suyos; ruega por todos los creyentes, los presentes y los futuros; Ora para que tengan gozo y paz, para que sean santificados en Su verdad, para que haya unidad en medio de ellos, pero sobre todo, para afirmar que Él seguirá con ellos hasta que vean Su gloria. Esta oración registrada en la Biblia es solo un pequeño pero poderoso ejemplo del trabajo que hace ante el Padre como intercesor.
Finalmente, lee el capítulo 17 de Juan y observa cuanto amor incondicional hay detrás de esta oración.
Oración de Jesús
17 Después de decir todas esas cosas, Jesús miró al cielo y dijo: «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que él, a su vez, te dé la gloria a ti. 2 Pues le has dado a tu Hijo autoridad sobre todo ser humano. Él da vida eterna a cada uno de los que tú le has dado. 3 Y la manera de tener vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste a la tierra. 4 Yo te di la gloria aquí en la tierra, al terminar la obra que me encargaste. 5 Ahora, Padre, llévame a la gloria que compartíamos antes de que comenzara el mundo.
6 »Te he dado a conocer a los que me diste de este mundo. Siempre fueron tuyos. Tú me los diste, y ellos han obedecido tu palabra.7 Ahora saben que todo lo que tengo es un regalo que proviene de ti,8 porque les he transmitido el mensaje que me diste. Ellos aceptaron el mensaje y saben que provine de ti y han creído que tú me enviaste.
9 »Mi oración no es por el mundo, sino por los que me has dado, porque te pertenecen. 10 Todos los que son míos te pertenecen, y me los has dado, para que me den gloria. 11 Ahora me voy del mundo; ellos se quedan en este mundo, pero yo voy a ti. Padre santo, tú me has dado tu nombre; ahora protégelos con el poder de tu nombre para que estén unidos como lo estamos nosotros. 12 Durante el tiempo que estuve aquí, los protegí con el poder del nombre que me diste. Los cuidé para que ni uno solo se perdiera, excepto el que va camino a la destrucción como predijeron las Escrituras.
13 »Ahora voy a ti. Mientras estuve con ellos en este mundo, les dije muchas cosas para que estuvieran llenos de mi alegría. 14 Les he dado tu palabra, y el mundo los odia, porque ellos no pertenecen al mundo, así como yo tampoco pertenezco al mundo. 15 No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. 16 Al igual que yo, ellos no pertenecen a este mundo. 17 Hazlos santos con tu verdad; enséñales tu palabra, la cual es verdad. 18 Así como tú me enviaste al mundo, yo los envío al mundo. 19 Y me entrego por ellos como un sacrificio santo, para que tu verdad pueda hacerlos santos.
20 »No te pido solo por estos discípulos, sino también por todos los que creerán en mí por el mensaje de ellos. 21 Te pido que todos sean uno, así como tú y yo somos uno, es decir, como tú estás en mí, Padre, y yo estoy en ti. Y que ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
22 »Les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. 23 Yo estoy en ellos, y tú estás en mí. Que gocen de una unidad tan perfecta que el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas tanto como me amas a mí. 24 Padre, quiero que los que me diste estén conmigo donde yo estoy. Entonces podrán ver toda la gloria que me diste, porque me amaste aun antes de que comenzara el mundo.
25 »Oh Padre justo, el mundo no te conoce, pero yo sí te conozco; y estos discípulos saben que tú me enviaste. 26 Yo te he dado a conocer a ellos y seguiré haciéndolo. Entonces tu amor por mí estará en ellos, y yo también estaré en ellos». ( Juan 17. Nueva Traducción Viviente).
Referencias.
Sproul, R.C. (2015). La Biblia de Estudio de la Reforma. Ligonier Ministries.