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Probablemente has notado que, en los últimos meses, una de las frases más recurrentes entre políticos, predicadores, motivadores, reporteros, educadores y casi cualquier ciudadano ordinario es “estamos navegando por aguas inciertas” o “estamos viviendo tiempos sin precedentes”.

Ciertamente, este año ha sido diferente en muchos sentidos, la pandemia nos obligó a cambiar nuestras rutinas de forma radical y de pronto ya habíamos entrado a una “nueva normalidad”. Nunca la humanidad ha estado tan expuesta a la información como lo está ahora, sin embargo, se ha vuelto difícil discriminar la verdad. En muchos sentidos ha sido un período difícil, pero estoy segura de que ya lo habías notado. 

Me gustaría pensar que la incertidumbre es una cuestión reciente causada por los cambios de la pandemia y también sería maravilloso pensar que los retos a los que nos estamos enfrentando se acabarán cuando la “antigua normalidad” regrese. Lamentablemente, no es así.  

 La realidad es que son muchos los que han vivido en incertidumbre por mucho tiempo, con un sinfín de retos y vicisitudes que nunca terminaremos de nombrar. Para millones de personas la pandemia sólo ha representado un elemento más que sumar a su cuenta de problemas. 

En el Evangelio de Lucas, encontramos al menos 17 casos de personas que tenían una necesidad apremiante: Hay un hombre lleno de Lepra (Lc. 5:12), hay un Hombre con espíritu inmundo (Lucas 4:33), la suegra de Pedro tenía una gran fiebre (Lc 4:38), el hombre paralítico que entra a la casa a través del techo para ver a Jesús (Lc. 5:17), el hombre de la mano seca (Lc. 6:6-11),el siervo del centurión que padecía una enfermedad (Lc. 7:1-10), una mujer pecadora que lava los pies de Jesús con sus lágrimas y el mejor perfume que tenía (Lc. 7:36-39),  el endemoniado Gadareno que recupera su cabal juicio (Lc. 8:26-39), la mujer que llevaba 12 años con flujo de Sangre (Lc. 8:43), la mujer que llevaba 18 años con un espíritu de enfermedad que la mantenía encorvada (Lc. 13:10), un hombre hidrópico (Lc. 14:1-6), diez leprosos que fueron limpiados (Lc. 17:11-19), un ciego que recibe la vista (Lc. 18:35-43). incluso, menciona dos casos que parecían no tener remedio porque la muerte ya había llegado, el hijo de la viuda de Naín (Lc.7:11-15) y la hija de Jairo (Lc. 8:41-55).

Si ponemos atención a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que la sociedad se ha modernizado, las épocas han cambiado, la tecnología, la ciencia y la medicina ha avanzado, las mentes han evolucionado, pero las personas siguen teniendo las mismas necesidades. No importa cuanto avancemos económica y culturalmente, los seres humanos actuales no somos muy diferentes de los que vivieron siglos atrás.  

Existen miles de personas que han estado navegando por aguas inciertas por años. Gente con ataques de ansiedad, depresión, pensamientos suicidas y vicios. Personas con enfermedades crónicas, terminales y muchas otras con tratamientos interminables. Hay personas viviendo en extrema pobreza, sin la capacidad de suplir al menos sus necesidades básicas.  Muchas otras llenas de resentimiento, odio, paranoia, maltrato, rechazo, soledad.   Los humanos seguimos teniendo una cantidad enorme de necesidades físicas, emocionales y espirituales.  

Todas las historias descritas en el Evangelio de Lucas tienen dos cosas en común, primeramente, describen explícita o implícitamente la cantidad de tiempo que llevaban padeciendo una enfermedad, condición o situación. En segundo lugar, cada persona descrita tuvo un encuentro con Jesús y su vida cambió para siempre.

El hombre gadareno que había sido atormentado por años, reconoció a Jesús y se postró a sus pies. Jesús mandó a los espíritus inmundos que abandonaran al hombre, de tal manera que cuando la gente de la ciudad fue a ver lo que había sucedido, encontraron al hombre sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio. (Lc. 8:39). Muchos otros fueron Sanados y libres de demonios (Lc. 4:40-41) (Lc. 6:17-19) (Lc. 9:37-43).

La mujer con el flujo de sangre se acerca a Jesús mientras este es oprimido por las multitudes, solo le bastó con tocar el borde del manto de Jesús para que el flujo se detuviera al instante. Jesús hizo lo que ningún doctor pudo hacer por ella; esta mujer no sólo recobró la salud física, sino que después de 12 años, pudo reincorporarse a la sociedad y a su nueva vida creyendo en Jesucristo. (Lc.8:44) Por otro lado, vemos a Jesús poniendo las manos sobre la mujer encorvada para que ella se enderezara de inmediato, quedando libre de su enfermedad; ¡llevaba 18 años enferma! (Lc. 13:13). La mujer pecadora llora a los pies de Jesús y sin decir ni una sola palabra, Jesús le muestra su amor y su misericordia (Lc. 7:36-39). El ciego Bartimeo clama por misericordia desesperadamente en la calle, Jesús solo dijo “recobra la vista” para que Bartimeo obtuviera lo que tanto anhelaba (Lc. 18:43). Jairo ve a su hija muerta pensando que ya no había nada que hacer al respecto, pero Jesús le dice “No lloren, no esta muerta, solo duerme”, le toma la mano y le ordena “levántate, niña”. Todos presenciaron cómo la niña volvía a la vida. (Lc. 8:41-55)

Necesitamos a Jesús. Necesitamos de su guía para salir del naufragio. El es la brújula que nos llevará a tierra firme. El es la fuerza que nos ayudará a enfrentarnos a lo desconocido. Es la luz al final del túnel. El que camina a nuestro lado cuando andamos por caminos oscuros y tenebrosos (Sal. 23:4). El que perdona todas nuestras iniquidades, el que sana todas nuestras dolencias; el que rescata del hoyo nuestras vidas y nos corona de favores y misericordias (Sal.103:3-4). Él es nuestro refugio en tiempo de angustia (Sal. 9:9). Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Sal. 46:1). Jesús no es nuestra última opción, es nuestra única opción.  

Sin Jesús no hay esperanza, ni perdón, ni salvación. Sin Jesús no hay restauración y plenitud de vida. Sin Jesús, nuestras necesidades seguirán siendo el peso que arrastramos exhaustivamente. Sin Jesús, seguiremos navegando en aguas desconocidas aún después de la pandemia. Sin Jesús, seguiremos enfrentándonos a tiempos sin precedentes. Sin Jesús, seguiremos luchando el resto de nuestras vidas con ansiedad, con estrés, con depresiones, con todo tipo de trastornos emocionales. Sin Jesús, nos privamos de la oportunidad para contemplar un milagro. Sin Jesús, jamás alcanzaremos la paz y la libertad deseada.

Un solo encuentro con Él, cambiará la condición de nuestras almas para siempre.  

Corramos a Jesús mientras haya tiempo, en Él encontraremos el camino, la verdad y la vida.